martes, 17 de febrero de 2015

Vicente Aleixandre

(Sevilla, 1898 - Madrid, 1984).

MANO ENTREGADA

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca el amor. Oh carne dulce que sí se empapa del amor hermoso.
Es por la piel secreta, secretamente abierta,
invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura,
que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo que ahora resuena mío, mío
poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo
sonido de mi voz poseyéndole.
Por eso, cuando acaricio tu mano sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese leve contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

lunes, 16 de febrero de 2015

Cristina Peri Rossi

(Montevideo, 1941).

Atarla con mástiles y palos
al borde la cama.
Sus pies, sus manos,
con cuerdas y con lianas.
            (dejar que los musgos y que los líquenes
            crezcan en sus costados,
            que los recién nacidos peces
            laman la piel de sus hombros, sus caderas;
            le birlen besos, beban de los poros
            abiertos y salados de su piel).
Una vez que está sujeta
en irresistible inmovilidad,
arriarla de golpe,
como una vela;
hacerla bajar
por el mástil mayor,
hacerla deslizar:
la tela de su piel
descendiendo por el palo alto,
la blanda carne iodada
resbalando al pie de la cama.
Y muy lentamente sobre ella arrodillada
dejarse ir
en remolino
hacia la honda cavidad
que hierve en su interior.
Muy lentamente
penetrar allí
apartando la humedad de las olas.
Hacer que el agua
lama sus costados
el costado de sus botas;
dejar
que los musgos y los líquenes
le trepen los muslos y las nalgas.
                        Una vez arriada,
            aferrarla al suelo
            con palos y con cuerdas
            para que no se nos escape.
Cubrir de árboles el bosque.
Bosquejar una ciudad.
Circundar una mujer.
Cubrir de bosques una ciudad
bosquejar una mujer,
circuncidar los árboles.
Pero antes,
poner de pie a la mujer
sobre cubierta,
las olas lamiéndole los costados,
la sal ascendiendo por los bordes,
la cubierta llena de sangre,
los pies mojados,
ella afinca bien las piernas sobre las tablas,
lejos nada una ballena,
cerca ronda un cachalote,
silba el viento entre las velas,
difícilmente la he erigido,
primero los pies,
caminos de agua;
después las piernas, columnas de sal;
luego las caderas,
cráteras de vino,
ánforas donde conservar
el aceite y el esperma de ballena;
más tarde la cintura,
por donde he creído dar la vuelta al mundo
en derrota aventurera,
y por último la cabeza,
donde los líquenes y los musgos chorrean,
como si se tratara de una estatua
robada
al fondo vegetal del mar.
Como si fueras
una muerta muy blanca.



La palabra y tú, húmedas de mí.





Reminiscencia

No podía dejar de amarla porque el olvido no existe
y la memoria es modificación, de manera que sin querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares
en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques
donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables
como las pocas cosas que habíamos conocido.





La mojo con un verso,
y ella, húmeda de mí,
rencorosa, me da la espalda.
Le digo que prefiero las palabras,
entonces se burla de ellas con gestos obscenos.
La persigo por el cuarto
empujándola con una letra agulada y afilada,
ella se defiende con una cancioncilla mordaz.
Cuando damos el combate por finalizado,
tiene el cuerpo lleno de palabras
que sangran por el cuarto
y así, desnuda y herida,
con el cuerpo lleno de señales
le tomo una fotografía.
Un día seré una escultora famosa,
y ella posará para mí,
muerta de palabras,
llena de letras como despojos.




Silencio.
Cuando ella abre sus piernas
que todo el mundo se calle.
Que nadie murmure
ni me venga
con cuentos ni poesías
ni historias de catástrofes
ni cataclismos
que no hay enjambre mejor
que sus cabellos
ni abertura mayor que la de sus piernas
ni bóveda que yo avizore con más respeto
ni selva tan fragante como su pubis
ni torres y catedrales más seguras.
Silencio.
Orad: ella ha abierto sus piernas.
Todo el mundo arrodillado.




Llevados varios días de navegación
y por no tener nada que hacer
estando la mar en calma
los recuerdos vigilantes
por no poder dormir
por llevarte en la memoria
por no poder olvidar la forma de tus pies
el suave movimiento de ancas a estribor
                        peces voladores
por no perderte en la casa del mar
me puse a hacer
un manual del marinero,
para que todos supieran como amarte, en caso de naufragio,
para que todos supieran como navegar
en caso de maniobras
y por si acaso
hacer señales
llamar con la o que es roja y amarilla
llamarte con la i
que tiene un círculo negro como un pozo
llamarte desde el rectángulo azul de la ese
suplicarte con el rombo de la efe
o los triángulos de la zeta,
tan ardientes como el follaje de tu pubis.
Llamarte con la i
hacer señales
alzar la mano izquierda con la bandera de la ele,
subir ambos brazos para dibujar
-en el relente nocturno-
las dulzuras lúgubres de la u.

lunes, 9 de febrero de 2015

José Ángel Valente

(Orense, 1929 - Ginebra, 2000).


El temblor

La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
 
parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,
lamer el eje vertical,  
contar el número de vértebras que me separan  
de tu cuerpo ausente.

Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua  
hundida en mis salivas.

Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,  
mientras tu propia lengua me recorre  
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
 
oscura de la lluvia.

La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti  
y canta germinal en tu garganta.




      I
    Exordio

Y ahora danos
una muerte honorable,
vieja
madre prostituida,
Musa.


 
Noche primera

Empuja el corazón,
quiébralo, ciégalo,
hasta que nazca en él
el poderoso vacío
de lo que nunca podrás nombrar.
Sé, al menos,
su inminencia
y quebrantado hueso
de su proximidad.
Que se haga noche. (Piedra,
nocturna piedra sola.)
Alza entonces la súplica:
que la palabra sea sólo verdad.



Antecomienzo

No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandros
de la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Pues también está escrito que el que sube
hacia ese sol no puede detenerse
y va de comienzo en comienzo
por comienzos que no tienen fin.

Alejandra Pizarnik

(Avellaneda, 1936 - ídem,  1972).



el silencio es luz
el canto sabio de la desdicha
emana tiempo primitivo
buscaba la piedra no el plan
un himno inocente no las maldiciones

el conocimiento de mis nombres
para olvidarlos y olvidarme
pero lo que no busqué es el exilio
ni tampoco me dije mentiras

no adoré el sol
pero no esperé esta luz negra
al filo del mediodía


 Los de lo oculto

Para que las palabras no basten es preciso alguna muerte en el
corazón.
La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por
los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada
del muro.
Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no
soy más que un adentro.




Signos

Todo hace el amor con el silencio.

Me habían prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio.

De pronto el templo es un circo y la luz un tambor.



Del otro lado

Como un reloj de arena cae la música en la música.


Estoy triste en la noche de colmillos de lobo.


Cae la música en la música como mi voz en mis voces.





lunes, 2 de febrero de 2015

Jacques Prévert

 (Neuilly-sur-Seine, 1900 - Omonville-la-Petite, 1977). 


Las sombras

Tú estás allí
frente a mí
en la luz del amor
Y yo
yo estoy allí
frente a ti
con la música de la felicidad
Pero tu nombre
sobre la pared
acecha todos los instantes
de mis días
y la sombra mía
hace lo mismo
espiando tu libertad
Y sin embargo te amo
y tú me amas
como se ama el día y la vida o el verano
Pero como las horas que se siguen
y no suenan jamás juntas
nuestras dos sombras se persiguen
como dos perros del mismo tamaño
desligados de la misma cadena
pero hostiles los dos al amor
únicamente fieles a su dueño
a su dueña
y que esperan pacientemente
pero temblando de angustia
la separación de los amantes
que esperan
que nuestra vida se acabe
y nuestro amor
y que nuestros huesos les sean arrojados
para agarrarlos
y esconderlos y enterrarlos
y enterrarse al mismo tiempo
bajo las cenizas del deseo
en los restos del tiempo.



Arenas movedizas

Demonios y maravillas
Vientos y mareas
A lo lejos ya el mar se ha retirado
Y tú
Como un alga dulcemente acariciada por el viento
En las arenas del viento te agitas entre sueños
Demonios y maravillas
Vientos y mareas
A lo lejos ya el mar se ha retirado
Pero en tus ojos entreabiertos
Han quedado dos pequeñas olas
Demonios y maravillas
Vientos y mareas
Dos pequeñas olas para ahogarme.



El fusilado

Las flores los jardines las fuentes las sonrisas
Y la alegría de vivir
Un hombre está caído y bañado en su sangre
Los recuerdos las flores las fuentes los jardines
Los sueños infantiles
Un hombre está caído como un bulto sangriento
Las flores las fuentes los jardines los recuerdos
Y la alegría de vivir
Un hombre está caído como un niño dormido.