jueves, 29 de octubre de 2015

Rodolfo Alonso

(Buenos Aires, 1934).


Ingobernablemente,
el color sin piedad,
la línea que respira,
ruge, habla, aspira, suelda,
rueda, en silencio vivo,
tu inesperada y áspera
belleza cruel, rugosa,
el resplandor opaco
de lo visto y bebido
y revivido, solo,
oh desdicha feliz,
fecundo yermo, azar
empecinado, ácido,
descarnado, moral.

Egos, ellos, entonces,
Egon, sabían que ese
dejarte caer con Gustav,
ahora, con Klimt, no era
solución para nadie,
ni coartada ni antídoto,
ni siquiera refugio
para tormentas nimias,
parasoles de escarnio,
mirar para no ver.

Ellos, Egon, ahora
sabían que sus pequeños
yos sólo eran acaso
balbuceos contra el viento
feroz de la manía,
ironía, parodia,
felonía menor,
y ni siquiera, pues,
deseo amortajado,
ansia en suspenso, clown
con estertor de bufo.

La ciudad permanece
sólo aparentemente
la misma, aunque distinta
por razones de brillo
que se ha vuelto lustroso
pasamanos de sombra,
ni es el mismo Danubio
el que no halla sus huellas,
ni vals que lo desvele,
ni voz que lo revele.

Vagar, entonces, tibios,
bogar en la penumbra
de palacios añosos,
de avenidas vacías,
sólo puede traernos
en tranvía la sombra
de Egon Schiele riéndose
de él o de nosotros
porque ellos, aquellos
ya se fueron y fueron.

Y queda el color roto,
rota la línea, roto
el temple de la imagen
que se desencadena
y lo vuelve expresión,
huella, huella en la tela
que no es isla ni espejo,
desolada expresión
pero expresión con eso
que todo desordena,
que todo nos devuelve
y se devuelve, cosa
seria, y dejemos
la mueca cuando es sólo
mueca y no revelado
hado desencantado,
porvenir de la esfinge,
certeza que se palpa
con rencor, con nostalgia,
ineludiblemente
deshecha por un eco
de los ecos oídos
en el claustro materno,
en el mar de la vida,
el océano humano
hecho de poca cosa,
todo y nada, esperar
y morir esperando.
¿Será ello acaso
alfiler en catálogo,
muestra en el obituario,
desgarrado pendón
recamado en laureles?

Pero tus huellas queman
incendiando museos
que tiemblan como un árbol
de Van Gogh en la noche
de los astros, linderos
del hombre, en su fe fea,
fiera fobia, destellos
de lo intenso, que bailan,
en remolino bailan,
bailan, bailan y bailan,
y bailan, bailan, bailan,
inconsolablemente.

viernes, 23 de octubre de 2015

Juan Liscano

(Caracas, 1915- ídem, 2001).



INSTANTÁNEA

                        —Lo que pasa volando permanece.
                        —Porque se oculta.
                        —Y se vuelve a pasar, volando.
En la habitación vacía,
descuidada,
                cruzó la ráfaga de alguien.
En el cuarto abandonado
de la casa ruinosa
la luz encarnó en alguien que pasa.
Eternidad del instante ahondado,
escena fijada y sin tiempo.
                        —Pasa sin pisar, sin cuerpo cierto.
                        —Sale del vacío, vuelve a él.
                        —Y en el tránsito, la luz lo asume.
Aparición de lo impreciso:
ser, relámpago, ficción, reflejo,
emanaciones de lo invisible.
Nada y todo, movimiento efímero
de la vida.
El sol alumbró de pronto
de lo que se desvanece,
lo que ya no es.


CARENCIA
Buda se equivocó.
La causa del dolor no es el deseo
sino la carencia que motiva el deseo.
JUAN EDUARDO CIRLOT

¡Sí! es necesidad, por eso tan real,
surtiendo adentro,
recreando lo creado,
persistencia indefinible juntando
expectación y carencia,
algo abstracto, fuera de consumo,
inconsumible, llamada confundida
con la costumbre de respirar.
Tan sólo cuando un hecho en bruto
altera la perfecta maquinaria del soplo
se oye, de pronto, la respuesta.


DECLIVES 

Hábito: dudar de la esperanza
y sentirla como carencia.
Agonía sin crisis, declive, desgaste,
lento derrumbe por trozos,
memoria, ruinas, vestigios.
Cuando impere el desasimiento
¿Advendrá la resurgencia?



CRESTA

Cuando mueren
                        por un instante
las palabras
que tanta muerte dan siempre a la vida
cuando descubrimos el actor que somos
y lo exponemos
despojado de sus trajes crepusculares
cuando nos despierta el sueño de soñar
o arrancados del sueño
despertamos atónitos
como extraño celeste caído
cuando se quiebran los espejos
al soplo de una necesidad desconocida
cuando vaciadas quedan las odres
y sea aquieta la fiera de la sed
cuando se acepta el desierto por jardín
brota del resplandeciente vacío
una repentina cresta
y el levante impera en ella
filo puro neto
neutro
que se abate
y nos degüella.



PAREJA SIN HISTORIA 

Se acarician. Se bastan.
Están colmados por ellos mismos
colmados  por la sed sensual del otro.
Se conocieron ayer:
llevan siglos de parecerse
de abrazarse en las paredes siempre únicas
de reconocerse en todos los lugares
donde el sueño esconde su tesoro
donde la dicha deja a la nostalgia
donde nunca estuvieron
                                      donde están.
Aroma de piel ramajes íntima penumbra
labios que besan por la herida
rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja
palabras que se derriten por los dedos
semejanzas descubiertas con delicia
apetencias de olvido y de sabores no probados
mientras se inventan paraísos sin castigo
y se cuentan a tientas el alma
mientras asumen el destino de las frutas
y la vida fulgura en ellos
con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros
con sus “primera vez” repetido hasta el final
con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza.
Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
                              pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!

Jorge Urrutia

(Madrid, 1945).

Historia natural


Cuentan de él que, estando prisionero, nunca abandonó 
sus crueles pasatiempos sino que capturaba ratones o
compraba pájaros y los torturaba, a algunos los empalaba,
a otros les cortaba la cabeza y a los pájaros los liberaba después
de haberlos desplumado.
Fedor Kuritzyn. La historia del voevoda Drakula (1486).


Sólo un detalle:
esos puntos de sangre repartidos
sobre la piel del cuerpo.
Pequeñas hinchazones coloradas,
volcanes diminutos
que expulsan el dolor y las durísimas
desilusiones.
La fuerza del olvido,
ésa es la huella de las plumas. Dejan
de proteger el cuerpo y una mano
pudiera año tras año desligarlo 
de la caricia, el beso, la acogida
amorosa. Despellejada sangre
es la experiencia. 


Miriam Elim

(Santiago de Chile, 1895- ídem, 1927).


¿Verdad que tú no sabes por qué amo yo la muerte?
Porque es el fin piadoso de esta jornada loca
en que es una sentencia el jamás poseerte
ni como a aquella flor que con unción se toca.
Porque la piedra fría con que oculte al mundo
la caridad consciente de algún piadoso hermano,
a mis huesos dará un calor más humano
que el que me den tus ojos de mirar tan profundo.
Tan profundo y mezquino...
ni una lágrima vierte de sus entrañas nunca.
El sol de su mirada mi jardín floreciera.
Por faltarme su luz está mi vida trunca.
¿Verdad que ahora sabes por qué amo yo la muerte?
Porque aunque tú me niegas todo cuanto te pido,
es muy cruel agonía el ir siempre temiendo
que despiertes mis ojos, puedan dejar de verte..