sábado, 29 de agosto de 2015

Gabriel Celaya

(Hernani, Guipúzcoa, 1911 - Madrid, 1991). 

Mujer frente al sol poniente, C.D. Friedrich

Momentos felices

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

#22


Cae la miel de mis labios
deslizándose
hacia una superficie sin formas,
corriente sin memoria.
Quiero dibujar el sol en tu piel
la miel la tinta
que condense lo efímero eterno.



Laura Millán Miranda

domingo, 16 de agosto de 2015

Adriano del Valle

(Sevilla, 1895 - Madrid, 1957)
El secreto

A orillas de la fábula, secretamente mía,
desde el árbol de sangre donde nace el latido
que se asoma a tu pulso, tu lengua, flor mojada,
era un sésamo oculto para el paisaje mórbido
de tu floral desnudo, desgajado en pudores
y amorosas laderas silvestres, en la sombra
de tus senos en vilo, colmenas del enjambre
cuyo vuelo guiaba el beso más antiguo.

Sempiternas colinas con pétalos y zumos,
el sí y el no acertaban, dudoso de tu aroma;
áureo botín de besos, acosadas axilas,
fugacísima imagen traída en tus relámpagos,
abriéndome entre lirios palomas y moluscos.

Y tú, ya casi un claro de luna en tus pestañas,
arcángel sin edad eras sencillamente.
Y acueducto sin lluvia, la luz del arco iris
nos volcaba el secreto flamígero del beso,
la soledad abriendo a nuestras almas juntas
donde las aves urden sus alcobas de trinos.

¡Oh amada mía! Siempre tu inaccesible cumbre;
y ya en ti, me despeño virgíneamente tuyo,
cuando el aire y el río te huelen desde cerca
el tatuaje invisible de la piel de tu aroma.

Y entonces, voy bajando por la rampa del grito,
del fulgor y la piedra, del viento y de la nieve;
ave soy rubricando con el vuelo las cumbres;
Ángel Caído soy recluido en tus ojos,
mordiendo en tu cabello sus pendulares frutos,
desplegando en mi torso su funeral bandera,
tu ardiente cordillera midiendo con mis brazos...
Con mi equinoccio envuelvo tus claros hemisferios
de antípodas caricias, cuando exploran mis besos
la tibia sangre nómada de tus venas azules.

La luna era el ex-libris del éxtasis nocturno,
tallo de flor nacido de tu propia semilla,
soledad sin los árboles que sostienen el cielo,
la delicia ignorando de beber en tu lengua,
como la piedra ignora el lenguaje del pájaro.

Si el beso no era un símbolo creado en tu homenaje,
su corola en tu hálito tuvo pétalos dulces
para impregnar la tierra con mieles suficientes
cuyo dulzor brotaba de la raíz del mundo.

Te conocí en el lecho mineral del planeta,
mientras tú apaciguabas la luz en la montaña...
Cósmicamente mía... Norte, Sur, Este, Oeste,
nupciales, cuatro vientos te velaban el sueño.


lunes, 3 de agosto de 2015

Tanussi Cardoso

 (Rio de Janeiro, 1946)

Sobre el oficio 

escribir
dejarse ir
a un pantano que no
se conoce
fondo ni gusto

di/lu/ir/se
la piel secar al sol
uñas y dientes

a/bis/mar/se
espanto y
peligro de caída

entregarse al
terremoto que viene
de sí mismo

de/sis/tir/se
no resistir
el abandono
de los cabellos

di/sol/VER-SE


Fiat lux

el tiempo
viene de los pies y de las manos y del agua y de los vientos
y de la tierra
y del fruto del vientre de las madres
viene de los árboles
de la paz que brilla en su cáscara
nace de la pureza de la sangre de las arenas
de la existencia de la hoja en blanco
de los ancestrales recuerdos del carácter mágico
de las palabras

el tiempo
nace de la escritura de los pájaros
o de su canto
o de la risa del primer gallo en la primera mañana
o antes
cuando la idea de un Dios quemaba los ojos
y los niños jugaban
en el soplo de la espuma del verso de los poetas

viene de la seda de las abejas
de la piel de las tortugas
del encuentro de la araña y su red
del ínfimo grano de arena de los desiertos

el tiempo
comienza en ti
en tu gemido delante del ombligo de la luna
y de las espirales de las nubes
nace de las ciudades invisibles
del movimiento que existe en el juego del creador
y de la piedra fundamental
nace del amor de los lagartos
de las uvas molidas para el vino
del fuego de los volcanes
de los cielos y de los parques
del espíritu que perfuma el aire
nace del misterio gozoso
que existe entre la espina y la rosa
de los relámpagos que iluminan los cabellos
de la primera hormiga en su labor diaria
de las alas de los peces cuando estos vuelan

el tiempo
nace del acaso de las galaxias y de las estrellas
del humus de las lluvias
nace de la memoria del polvo
de los incendios del deseo
viene ungido por los dolores de los profetas
nace del vuelo de Dios y su sudor
y del dedo del sol entre las sombras

el tiempo
resiste en la sonrisa lenta de la noche
ofreciéndose a la boca estelar y melancólica
de la aurora mas larga
y armoniza el silencio
coge la miel
y nos hace estremecer

solos y humanos

Puente

Entre yo y mí 
Un abismo inmenso

Otro mirar 
¿el infinito?
lo que nuestra mirada
respira
lo que cabe
en la medida 
de la sangre
el cuerpo transformado
en alas

(más nada)